Sevilla.

Enmaraña de azulejos
que dan su color a España.

Jardines que trasminan
entre lazos de albero y jazmines.

Y no hay otro lugar.

Riñas y cruces de miradas desencadenadas
entre espadañas de cal y dos niñas.

Aliento de palmas y ramos
en ese domingo que de su gente es alimento.

Y no hay más.

Brazos vestidos de azahares
que no piden más que abrazos.

Sueños de un pintor barroco
que moriría por ser su dueño.

Principio y final.

Red de añoranzas policromadas
que son la esencia de su ser.

Manto de madreselvas doradas
que vienen perfumando con su canto.

Origen y verdad.

Estás hecha de albahaca y de mañanas
de suspiros y de tardes rojas.
Estás hecha de la gracia de los creadores
y de la paciencia de las que saben posar
para ser el hilo fino del lienzo,
el brillo de la mirada de cristal.

Eres, simplemente: eres.

Sevilla; te rompes en la Giralda
para hacerte vertical,
para acariciar las estrellas
y darle tu dedo al sol.

Sevilla, Sevilla, Sevilla.

Mi norte y mi guía,
mi noche y mi día.

Mi adiós.

Sevilla.



[15 de diciembre de 2011 tras haberle dado muchas vueltas]