La Piel que Habito. Pedro Almodóvar. Septiembre 2011.

¿Quién dice que Almodóvar ha perdido su esencia en 'La piel que habito'? ¿Quién dice que ya no es el director frenético y rompedor de la movida española? ¿Quién dice que ha perdido su espíritu?

Hoy, como un ritual autoimpuesto y con el que disfruto cada vez más, me he ido a una sala de cine, de nuevo, a disfrutar del nuevo trabajo del realizador por el que decidí dedicarme a esta locura y hoy, he vuelto a disfrutar como hace mucho que no lo hacía.

'La piel que habito' es un ejercicio de almodovarismo puro. Desde 'Todo sobre mi madre' se está hablando de que Almodóvar está en una etapa más madura y que ello conlleva consigo que está perdiendo la seña de identidad de sus primeras películas; comparto esta opinión en parte y por ello mismo considero que este último largometraje es una vuelta a su propia locura (sé que nadie tiene esta opinión), una vuelta al cine de sus inicios con el evidente filtro del paso de los años, la experiencia y la influencia del mundo que nos rodea, de la evolución o la propia involución del ser humano, que hace cree una historia totalmente nueva. Queda muy clara sobre la palestra la perversa y maravillosa imaginación del creador de la orden de las "Redentoras Humilladas", o de un dentista pedófilo que compra hijos a sus clientas, o de terroristas chiítas que engañan a una inocente modelo malagueña. Almodóvar ha vuelto a crear una película absolutamente perversa, sin duda la más perversa de todas, con personajes sin escrúpulos ningunos, que no tienen un atisbo de conciencia, moral o culpa, "engendrados por la locura", que evidentemente tienen unas víctimas, principalmente un personaje con un dolor inimaginable, con un daño imposible de curar; elementos nuevos en la cinematografía del manchego pero entrelazados con otros ya desarrollados a lo largo de su carrera, como la madre resignada a su destino, como las tres secuencias magníficas en la tienda "vintage", como los doctores que dan malas noticias, como las manos de mujeres en la cocina y con cuchillos, como el magnífico monólogo de Marilia (Marisa Paredes) explicando la historia de su familia (ahí la Paredes está grande, grande), y esos planos de cancelas que se abren y se cierran escondiendo al resto todo el mundo que puede haber dentro de una casa, y esos personajes que ven, sienten y se comunican a través de pantallas, y una cantante en directo, y la importancia de los espejos.... ¿quién dice que Almodóvar ha perdido su propio camino?

Almodóvar, o lo que consideramos el almodovarismo está muy presente en este guión, que vuelve a tener frases de esas que se clavan y que a muchos, como a mí, nos gusta repetir. Los personajes son soberbios y los actores están inmensos. Antonio Banderas ha sido mi primera sorpresa, lejos de su excesiva gesticulación tiene viva la mirada, Elena Anaya tiene mención aparte, es pura carnalidad interpretando, Marisa Paredes está grande, tan sumamente sobreactuada que hace creíble y verdadera su sobreactuación, Jan Cornet encarna muy bien un dolor inimaginable para una persona real y mención tiene también para mí Blanca Suárez, que le da una naturalidad pasmosa a un personaje pequeño pero realmente difícil.

Lo sé, es un película con fallos, con desaciertos, pero en cada secuencia estás viendo a su director y eso hace tiempo que no me pasaba en una sala de cine. Con una banda sonora que se clava en los oídos y los violines de Alberto Iglesias siguen sonando y sonando horas después de salir de la sala de cine.

Cuando salí de ver 'Los abrazos rotos' lo hice con mala sensación, soy muy llorón y en un historia tan sentimental como esta no se me había escapado ni una lágrima, al salir hoy me habían estallado los ojos y justo en la frase final, te mantienes en una extraña tensión toda la película y en el último minuto, que incluso puedes llegar a prever, te rompe en un ejercición de espectación absoluta. Almodóvar nunca ha sido de películas perfectas y esta, estoy con Jota Linares, en que algún día será considerada obra maestra, sólo necesita tiempo.